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viernes, 13 de marzo de 2009

Bruce Olson, "Bruchko"



(Esta biografía ha sido tomada íntegramente del blog http://biografas.blogspot.com)


Bruce Olson misionero entre los indios motilones de Colombia, durante diez años. Dios lo llamó siendo muy chico, aunque con dudas y temores obedeció.



Con treinta años y a pesar de haber terminado la universidad por correspondencia, realizó conferencias en las Naciones Unidas, almorzó con el presidente de los



Estados Unidos, fue amigo de cuatro presidentes de Colombia; habla quince idiomas. Revistas de lingüística han publicado sus estudios y es el indiscutido pionero en la traducción, con el auxilio de la computadora, de idiomas de tribus indígenas.



Los motilones era una tribu que daba muerte a todo extraño que se internaba en su territorio, pero Dios tenía en precioso plan de salvación para ellos y a través de Bruce Olson lo haría.



La familia de Bruce Olson, nacido en Minessotta, Estados Unidos, estaba compuesta por un papá de carácter fuerte, muy autoritario, y apegado a su iglesia; su mamá era una persona dedicada a su casa y a su familia; tenía un hermano más chico. Asistía a la iglesia luterana tradicional.

Tenía 14 años cuando comenzó a tener la inquietud de saber quien era “su”Dios. Una noche estaba muy mal, se sentía rechazado, tenía muchas dudas con respecto a si el Jesús que él leía en la Biblia podía actuar ahora como antes, si podría ayudarlo. Sintió la necesidad de hablar con Cristo, si bien lo había hecho seguido ahora le parecía que era diferente, lo hizo como si fuese su amigo, le pidió que lo cambiara, que le sacara todos los temores.


Estaba orando cuando sintió su presencia en el dormitorio, supo que lo estaba salvando, la paz estaba en su corazón, lo estaba cambiando. Fue en ese momento cuando tuvo la certeza de quien era su Dios personal.



Él tenía un amigo que se había cambiando de colegio y hacía un tiempo que no lo veía, después de su vivencia, éste lo visitó. Para su sorpresa también había tenido esa experiencia, pero asistía a la iglesia interdenominacional, así que decidió ir. Se maravilló, las reuniones eran diferentes, el pastor sí sabía quien era Jesús, la gente estaba con gozo, alabando con gritos y aplausos. Todo era extraño. Pero se sentía cómodo, Jesús estaba ahí.

Olson comenzó a ir a las dos iglesias, por eso tuvo muchas presiones, de parte de su padre, se burlaba de él y de esa iglesia. Muchas noches cuando volvía no le habría la puerta de la casa, y se tenia que ir a dormir a la casa de un compañero, en el frío invierno, con heladas tenía que recorrer la gran distancia que lo separaba de esta casa.




A los 16 años, la iglesia interdenominacional que asistía organizó una conferencia misionera. Todo era nuevo para él, en ella habló uno de los misioneros que había venido de Nueva Guinea. Al final de su charla hizo un llamado para todos aquellos que quisieran comprometerse con Cristo para que el mundo lo conozca.



A partir de ese momento tuvo sueños; sentía que Dios lo perseguía para ser misionero, pronto se esfumaron su anhelo de ser profesor en lengua y de obtener un doctorado en filosofía, dando paso a la idea de ir a países lejanos para hablarles de Dios a los salvajes, obviamente que sus padres no entendían nada de eso. Dios trató con él de una manera especial, sin darse cuenta comenzó a sentir compasión por los habitantes de Sudamérica.

Cuando tenía 19 años tomó un avión y se fue a Caracas, convenció a sus padres que era un país apto para sus estudios. Allí lo esperaría un misionero llamado Sanders, que solo conocía por medio de correspondencia. Al llegar no estaba esperándolo, estaba solo, no hablaba castellano, comenzó a deambular por las calles hasta que encontró un hotel donde pasaría la noche, se gastó casi todo el dinero que llevaba.

Al otro día mientras caminaba se le acercó un joven, que sabía algo de inglés, después de un rato de conversación lo invito a su casa. Descubrió que era inimaginable, para latinos responsables, permitir que una persona joven como él este solo. También creían que haciendo el bien a otros, alguno cuidarían a sus hijos cuando estén lejos del hogar. Mientras vivía con la numerosa familia, aprendió el idioma y las costumbres. Por intermedio de su nuevo amigo conoció a un medico que estaba contratado por el gobierno para atender a las tribus que vivían cerca del río Orinoco.

Estuvieron conversando un rato y viendo que estaba interesado en los indios el médico lo invitó a Olson para que lo acompañara durante un mes a entregar medicamentos y alimentos a la región del río. Trato de disimular su emoción y aceptó inmediatamente.

Después de varios días de ir un trecho por río y otro de a pie y de ver sólo vegetación. Llegaron a la aldea. Llegó hasta él el olor a excremento humano y nubes de moscas zumbando sobre la basura que estaba a pocos pasos de las chozas. El médico les aplicó inyecciones, les dio pastillas y trataba de explicarles de la mejor manera como mejorar las condiciones sanitarias.

Olson se quedó en la aldea, porque ahí estaba el misionero Sanders, pero al encontrarlo lo desalentó diciéndolo que si no era apoyado por una agencia misionera era imposible que se quedara, dando a entender que ellos no lo mantendrían, así que se quedó por poco tiempo.

El doctor lo llevó hasta el norte del río, a una aldea donde los indios no eran cristianos, eran muy amables y le permitieron que los acompañara a cazar, compartían su comida y hamacas con él. Conversando con ellos se dio cuenta que no querían ser cristianos porque les habían cambiado las costumbres a los indios que los habían aceptado, desde las vestimentas hasta cantar algo que ellos no entendían. Trato de explicarles como era el Dios verdadero, pero ellos tenían la imagen de los otros y no querían. De todas maneras se quedó con ellos tres semanas, lo trataban como a uno más.

Cuando regresaron, el doctor lo alojó en su casa, ahí conoció a los hijos de los misioneros. Al principio salían y se divertían juntos, pero cuando llegó una carta donde decía que lo habían excomulgado, porque se negó volver a Estados Unidos, para afiliarse a una agencia y esperar a que lo enviaran, lo dejaron solo y todos los misioneros de Venezuela lo despreciaron.

Se hospedo en la casa de un estudiante por un tiempo, porque después de las vacaciones tenía que ir a Caracas a retomar los estudios, y para no quedarse solo decidió irse también. No tenía dinero pero de todas formas reservó un pasaje en avión; estaba con su equipaje pensando que hacer, cuando el hermano del estudiante le entregó una carta, esta era de una familia amiga de Estados Unidos, en ella había un cheque, era el sostén que la iglesia le había prometido. Entonces pagó su pasaje, esta ayuda llegó justo en el preciso momento, Dios estaba desarrollando su plan.


Al llegar se hospedo en el hotel que ocupaban los estudiantes, se hizo de amigos, compartía una habitación con un integrante de la línea comunista. Pasaron diferentes situaciones, Olson, le hizo entender que necesitaba a Jesús, al principio se negó pero al tiempo comprendió y lo acepto.

No tenía dinero para pagar el alquiler ni para sustentarse, se lo pagaban los estudiantes, con quien compartía el hotel, pero esta situación lo hacía sentir incomodo. Le pregunto a Dios sobre esto, no había recibido ningún dinero, y no podía trabajar porque era visitante en Venezuela, pero no obtuvo respuesta.

En cierta oportunidad conoció a Miguel Nieto, jefe del Ministerio de Salud Pública, él estaba buscando a alguien que enseñara hablar ingles a unos estudiantes que se preparaban para asistir a la Universidad de Harvard, aceptó el trabajo con la condición que Nieto se haría responsable de la situación de visitante, en ese momento le pago el mes por adelantado. Olson estaba viendo como la provisión de Dios siempre llegaba a tiempo.

Como Nieto conocía las intenciones de Olson con respecto a los indios, un día hablando de ellos, le comentó que los motilones vivían entre el límite de Venezuela y Colombia, como los contactos que se habían hecho con ellos habían sido pocos no se sabía como era su aspecto, y mucho menos su cultura e idioma. Sabían que todo aquel que se aproximaba a su territorio lo mataban.

Quiso olvidarse, ocuparse de otras cosas, pero, había olvidado que Dios le hace la vida imposible al que no quiere colaborar con Él, perdió la capacidad de concentración o hacer cualquier otra cosa que no sea pensar en los motilones. Cierto día, cuando estaba sentado en una cafetería, alguien paso y dejo a su lado un diario, ahí había una nota que relataba la epidemia de sarampión que existía en la aldea de los motilones y como los estaba matando.

Entonces pensó “¿contra qué estaba luchado?¿porqué tanta resistencia? Si él había estudiado medicina tropical y podría ser de ayuda.

A la semana estaba en un micro hacia Machiques, una localidad al pie de los Andes. En el trayecto conversó con los pasajeros que le dieron información de los motilones y le aconsejaron que no se acerque porque terminaría muerto. Pero no les hacía caso, al fin, él había ya estado con algunos indios y eran muy amigables.

Al llegar compró una mula, la cargó con víveres y emprendió la marcha. Siguió un sendero, pero de repente se dio cuenta que ya no estaba, retrocedió, lo encontró, emprendió la marcha nuevamente, pero otra vez se encontró sin la senda; desorientado siguió adelante, pero solo encontró enredaderas, cansado pasó ahí la noche.

Al otro día tenía hambre quiso abrir una lata, pero se había olvidado el abrelatas, trato de romperla pero fue en vano, solo pudo beber el aceite. De todas maneras siguió viaje, los insectos le hacían la vida imposible, las lastimaduras que le habían provocado las matas espinosas se le estaban hinchando y esto le producía fiebre. Estaba cansado, molesto y frustrado porque no había visto ningún indio, pero siguió adelante.

Hasta que por fin vio un grupo de chozas, era una aldea indígena, Pronto se vio rodeado de indios, que le hablaban, pero no entendía el dialecto, lo tocaban, se reían. Cuando llego al centro de la aldea, salieron las mujeres a verlo, se reían y le hablaba, trató de decir algunas palabras que había aprendido pero tampoco lo entendían. ¿Cómo comunicarse? Pensó en tocar su flauta, ellos seguían el ritmo, y le pedían con señas que siguiera, así estuvo hasta las tres de la madrugada, luego cada uno se fue a su choza, a él lo llevaron donde dormían algunos hombres.

Al otro día le dieron un liquido asqueroso, pero tenía hambre así que lo tomó. Ninguno quería escuchar la música, así que se dedico a tratar de aprender su dialecto. Estaba tratando de repetir las palabras de un indio cuando sintió un fuerte golpe en la espalda, cayó al suelo y fue azotado con dos látigos, mientras le gritaban espantosamente. Lo llevaron a una choza, ahí se quedó quieto y atemo= rizado. Unas flechas comenzaron a penetrar por el techo, rozándolo, entraban sin fuerza, pero le producían moretones. Descansaban un rato y comenzaban otra vez, lastimándolo cada vez más.

Estaba tan atemorizado que necesitaba orar, vio a Jesús en la cruz muriendo por personas tan inmundas como él consideraba a estos indios, por eso oró entregando su vida, dándole todo, muriendo si era necesario si Él le permitía hablarles de su Hijo a los motilones.

Las flechas siguieron un rato más, hasta que definitivamente cesaron. No había razón para que= darse, el jefe le había demostrado que no lo quería ahí. Emprendió su camino, y un anciano lo llamó para mostrarle una criatura enferma, lo estaba mirando cuando se vio rodeado de otras criaturas en igual condición. Como tenía algunos antibióticos les dio media dosis a cada uno, oró pidiendo a Dios que los curara ya que la dosis era mínima. Recién al día siguiente hubo resultados, uno de los niños comenzó a sentirse bien. Al ver eso el jefe comprendió que quería ayudarlos y cambió de actitud.

Su estadía se prolongó por más de cuatro meses, en ese tiempo aprendió el idioma y comprobó que no eran los motilones, ellos se hacían llamar yukos.

Consideró que ya estaba todo hecho así que decidió volver a la civilización, estaba feliz de dejar todo eso, la comida siempre igual y espantosa, los días aburridos. Tomó su mula y emprendió el camino, pero al llegar a cierta distancia la mula retrocedió y lo tiró, cayó pesadamente desgarrán= dose el hombro, la mula se escapo hacía la aldea. Olson no quería volver, pero la civilización estaba lejos, no tuvo opción. Pesadamente se dirigió a la ladea, cuando llegó los indios al verlo se rieron.

Se restableció y emprendió nuevamente el camino, pero otra vez la mula lo tiró, pero esta vez lo pateo fuertemente en la cara, así sangrando y dolorido tuvo que volver a la aldea. Esta vez fue diferente, se dio cuenta que era el plan de Dios que volviera. Los indios no se rieron, el recibimiento no fue igual, el jefe al verlo tan mal herido, lo alzó y lo llevó hasta la choza. Paso una semana hasta sentirse mejor, en todo ese tiempo lo cuidaron como si fuera uno de ellos.

Si bien la convivencia había cambiado, todavía sufría de disentería y aun perdía sangre con la materia fecal. Hizo progresos con el idioma, muy pronto pudo hablar razonablemente bien. Eso lo ayudo muchísimo y mientras más los comprendía más quería ayudarlos.

Pero todavía quería ir a los motilones, si bien ya no los podría ayudar con la epidemia, debido al tiempo transcurrido, pero esto no significaba que no debería ir.

Buscó información entre los yukos, sobre los motilones, ellos los llamaban el “pueblo del petróleo”, ya que en la tierra donde vivían había mucho petróleo, pero no querían acompañarlo, porque los matarían, posiblemente lo harían los yukos del sur.

Esta vez se fue sin problemas, era la decisión de Dios que abandonara a los yukos. A partir de ese momento fue recorriendo de tribu en tribu aprendiendo los diferentes dialectos, buscando quien lo acompañara, sin lograrlo todavía.

Por fin después de recorrer encontró a un joven que a cambio de un cierre relámpago (a ellos les gustaban las cosas brillantes) lo acompañaría hasta la aldea de los motilones.

Pasaron varios días a través de la selva tropical, descansando apenas. Los árboles crecían en tal profusión que rara vez podían ver el sol. Los ríos constituían un gran problema, el terreno era pantanoso. Al séptimo día de haber iniciado el viaje, todos caminaban sin decir palabra. De pronto los yukos se quedaron quietos, escuchando, y luego en un solo movimiento todos comenzaron a correr. Olson quería hacer lo mismo pero se enredo entre unas llanas, de pronto sintió una puntada en una pierna y vio que lo atravesaba una flecha, quiso pararse pero se vio rodeado de hombres con arcos y flechas apuntándolo. Al ver esto grito en el dialecto yuko, en castellano y en latín, los minutos parecían interminables. De pronto se acercó uno, le quitó la flecha y le apunto para que se levantara. La marcha a la aldea duró tres horas.

Cuando llegó vio como una inmensa colmena de 15 mts. Lo introdujeron y lo dejaron ahí. De la herida supuraba pus, la cadera estaba hinchada y los ganglios de las axilas estaban tan hinchados que no podía bajar los brazos. Así paso los días afiebrado, sin comer y su diarrea seguía.

Estaba terriblemente hambriento, la cadera le dolía hasta los huesos, todo daba vueltas. Comenzó a llorar, y oró como hacía mucho no oraba. Dios en ese momento lo reconfortó. Le hizo saber que estaba haciendo lo que Él quería que hiciera.

Cierto día se le acercó un chico que le ofreció larvas para comer, dudó pero las comió, inesperadamente así como entraron, salieron. Al rato le ofreció pescado ahumado, lo comió y esta vez el estómago lo soportó. Cuando podía permanecer despierto veía como las mujeres se ocupaban de sus tareas. Un hombre tomó la determinación de protegerlo. Cada vez que él llegaba todos se hacían a un lado. Tenía una risa estruendosa y característica. Cuando volvía de cazar, era él el me le daba de comer, se acercaba y le decía algo. Así paso un mes, apenas podía moverse, pero un día supo que debía irse, Dios así lo quería.

Esa noche silenciosamente, se levanto temblando un poco debido al mareo. Llego hasta la puerta, sin que nadie se diera cuenta, con un poco de miedo se dirigió al sendero que lo llevaba a las montañas.

Se internó en la selva encontró un río donde limpió la herida, buscó algo para comer pero solo encontró plantas venenosas. Caminó por cuatro días, ardía en fiebre, los pies los tenía hinchados de trepar por las piedras filosas, el estómago le dolía de hambre, estaba cerca de un arroyo tiritaba de fiebre. De pronto vio algo que se movía en el agua, lo agarró era un racimo de bananas maduras. Eso lo hizo recobrar fuerzas y siguió hasta la cima, ahí no divisó nada más que árboles, se dejó caer.

Meditó sobre las bananas y consideró que Dios no lo había abandonado, le proveía en el momento que lo necesitaba, así que pesadamente se incorporó y siguió con la certeza de que encontraría alguien. En la distancia vio que algo se movía, eran dos hombres hachando un árbol, desesperadamente les gritó.

Estos hombres lo llevaron a la casa, le dieron alimento, lo curaron y para su sorpresa estaba en Colombia. Poco a poco recobró las fuerzas y con el escaso dinero que había podido guardar en el tiempo que pasó en la selva, pudo comprar un pasaje que lo dejaría a mitad de viaje a Bogotá.

En el trayecto subieron unos soldados que buscaban a unos comunistas y como él no tenía documentos lo detuvieron para llevarlo a Bogotá y le dieron comida. Dios seguía obrando porque sin dinero comía y era llevado al lugar que quería ir.

Luego de varios interrogatorios, el jefe encargado del departamento de indios, creyó que había estado con los yukos, pero no podía comprobar que había estado con los motilones, de todas maneras se responsabilizó por él para que pudiera obtener documentos y también le dio dinero.

Vivió con un matrimonio norteamericano, paseaba por Bogotá y cada vez se sentía con más fuerzas. Se preguntaba porque debía volver y como haría para realizar la obra, pero le dijo a Dios que se lo dejaba en sus manos, que cuando quisiera pondría los medios para volver.

Y así fue, un día conversando con el gerente general de la compañía donde trabajaba el matrimonio, sobre los indios, le ofreció llevarlo hasta una zona cercana, ya que un avión iba a ir al día siguiente. Acepto rápidamente era la señal que esperaba, recordó su oración.

Acampó a las orillas de un arroyo y espero a que los motilones lo encontraran. Esta vez las provisiones eran suficiente como para mas de una semana, llevaba una lona plástica para protegerse de la lluvia y tres libros.

Había puesto en diferentes sitios “regalos”, para saber si ellos aparecían. Los revisaba todos los días, pero nada habían tocado. Pasó una semana y otra más, comenzó a impacientarse.

Después de dos meses los “regalos” habían desaparecido y fueron reemplazados por un arco y una flecha, estaban dispuestos a intercambiar regalos. Decidió quedarse cerca para verlos, mientras pescaba, cuando terminó, ya se los habían llevado y dejaron cuatro flechas clavadas, señal de advertencia de los motilones. Pero no iba a irse ahora, Se arrodillo y oró, colocó las flechas tiradas y sobre ellas colocó más regalos.

Se dirigió hacia su campamento, escuchó que lo seguían, miro hacia la selva pero no vio nada. Les gritó algo que creía que en su dialecto significaba “venga”, después descubrió que no era así. Al escuchar eso los motilones corrieron bruscamente.

Olson corrió enojado, entre las matas y llanas, había desperdiciado el encuentro, ya no volverían. Enojado tomó el hacha y comenzó a hachar un árbol para hacerse una balsa y así irse flotando por el río, luego hacho otro y otro.

En ese momento alzó la vista y ahí estaban seis motilones apuntándolo con sus arcos y flechas, se escondió, tiró el hacha y salió con las manos abiertas para que supieran que no tenia armas. Aflojaron la tensión de los arcos, se le acerco uno. Olson le sonrió con la esperanza de que lo reconociera, ya que él era el motilón que lo había protegido y alimentado, le devolvió la sonrisa, les hablo a los otros y bajaron los arcos.


Cuando llegó al hogar comunitario causó gran conmoción, todos se acercaron, lo tocaban, les extrañaba el vello de los brazos y piernas, ellos eran lampiños. Tiraban de su camisa y de los pantalones, para averiguar si era parte del cuerpo. Ellos se reían mientras lo hacían, dolía todos los tirones pero comenzó a reírse con ellos.

Esa noche le dieron de comer y una hamaca para dormir. En la noche escuchaba el silbante idioma de los motilones, pronto los entendería......

Pasaron muchas cosas, algunas agradables otras no tanto. Él encontró el amigo hermano que necesitaba, y a la vez murió a causa de Cristo. Toda la tribu conoció y aceptó a Jesús en sus corazones, tradujo el Nuevo Testamento en el dialecto motilón...

Una de las cosas que rescato es que Bruce Olson a pesar de no seguir con los reglamentos establecidos por la iglesia, realizó la tarea que le fue encomendada. Dios obra de manera diferente y maravillosa.
Posiblemente muchos deban depender de una organización que los apoye, y quizás sea conveniente, la tarea sea más fácil y rápida... pero en definitiva es Dios quien decide como y cuando se hace. Sólo hay que escuchar que nos dice a cada uno.

Fuente: Bruce Olson
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